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10 may 2008

Istanbul'in köprulesu hatirlatarim


Hemos regresado de la antigua Constantinopla con el convencimiento absoluto de que deberíamos dedicar nuestras breves vidas al aprendizaje continuo e ininterrumpido, en vez de a la producción injustificada, y la mayoría de las veces, innecesaria. Pero no a un aprendizaje de tratado y manual, sino a ese conocimiento de las cosas que ningún catedrático puede enseñar en ninguna de sus clases. No hay academias que enseñen este tipo de contenidos.

La sociedad del conocimiento es aquella en que el conocimiento deja de tener valor. Lo importante no es el conocimiento, sino la sabiduría. Aquello que no se puede describir en un texto.

Aprendo más paseando por una ciudad desconocida que leyendo cualquier tratado de teoría de la arquitectura. Aprendo más en cinco minutos de visita de obra que estudiando construcción y estructuras de cualquier carrera técnica durante cinco, seis o siete años. Aprendo más hablando con el dependiente de un restaurante perdido en una calle perdida junto al puente de Gálata, que escuchando a cualquier catedrático una conferencia en la que me repite, cual lorito, la tesis desfasada que aprobó 'cum laude' hace 25 años. Aprendo más de lo que he vivido y de lo que he viajado que de lo que me he examinado y de lo que me han evaluado. No habría que dejar de aprender nunca. De hecho sólo habría que aprender para jamás aplicar lo aprendido. 


Conocer como si fuera respirar. Sin más objetivo que mantenernos vivos.